Archivo mensual: marzo 2008

Richard Widmarck

En el mundo noticiero de la semana pasada se han dado necrológicas varias y todas muy serias-como corresponde a blogeros muy serios, y también muy centrados en «aquello que debe salir en el blog»- . Así, se habló de Azcona, de Isabel Polanco, de Minguella, del hijo de Clifford Luyk, personajes que en su tarea profesional fueron importantes y valorados por todos.

Y todos los medios se pusieron serios- según la «categoría» del personaje, y en algunos casos el mundo de la cultura fue a funerales y etcétera, etcétera, etcétera…

Y también se murió Richard Widmarck, y pasó como de largo la noticia, porque, claro, pertenece a un mundo ya pasado de moda, donde no caben los héroes de película.

O sea, que a Widmarck que le den por retambufa, pobrecito mío, con lo que a mí me gustaba en sus películas, hasta cuando hace de malo; que tenía una forma de mirar que daba igual que fuera malo, porque tú – o sea yo- lo que quería era que se fuera de una vez con la chica, que siempre era tonta  aunque fuera guapísima, y no se enteraba de que él era el malo, aunque fuera guapísimo…

Bien, pues he visto poco en la Red sobre este pedazo de actor, que, con un simple gesto llenaba el escenario y que mantiene al espectador atento a la pantalla pensando en qué estará pensando él cuando hace lo que hace…

Duro de película, un poco creo yo al margen de otros duros del cine – hace falta un articulo sobre esto: los «Duros» o los «malos» del cine- , porque solía hacer papeles más complejos que lineales, hasta cuando ejerce de psicópata.

Pero claro, la semana ha venido tan cargada de «muertos ilustres» que al pobrecito de Richard le han dado el papel de secundario…

Ya habrá recibido su Oscar allá donde esté.

 

 

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Las Fuentes, las Referencias y los Olvidos Voluntarios.

 

El que conozca este blog ya sabe de qué voy a escribir esta noche.

Pero quería hacerlo yendo un poco más allá del lugar común que conocemos todos, de que efectivamente en la Red hay una tendencia muy habitual a copiar y pegar sin citar ni fuentes ni referencias, y que a eso se le llama ser muy listo.

Y quería ir más allá porque creo que el tema lo merece. Veamos, es evidente que cualquier blogero normalito, sencillo y vulgar no tiene acceso privilegiado a noticias, ni a sucesos de particular calado, y que, por tanto, nos nutrimos unos de otros en buena medida, es lógico y razonable que así sea.

Pero también es cierto que, al final, también aquí se conoce todo el mundo, o al menos se conoce la forma de hacer en cuanto se mira un poco el blog en cuestión. De modo que es muy distinto que un blogero como usted o como yo diga que desde tal dirección se informa de esto o lo de más allá, ponga la referencia y luego haga un comentario, lo cual primero informa y en segundo lugar interesa porque es la opinión del autor del blog, a que copie una noticia, no de una sola referencia y encima pretenda pasar por tipo listo; no mire usted, usted lo que es es simplemente un vulgar copista de cosas que no son suyas, y que no se molesta siquiera en advertirlo, por si las moscas, vaya a ser que descubran que usted lo único que hace es aprovecharse de las fuentes ajenas.

Yo puedo señalarles a ustedes una información de un periódico de Guatemala, pongo por caso, y es evidente que yo jamás he pisado ni pisaré Guatemala, pero no se me ocurrirá decir nunca: «Lean esto sobre Guatemala, directamente y en directo», porque eso, miren por donde es dar información falsa.

A menudo, cuando esto se comenta o se escribe, la respuesta es que «se me olvidó poner la referencia»; pues puede, pero lo que no se le olvida al que la pone es contar el número de cliks que tiene aprovechando el tirón.

Nadie pide que no se den informaciones que no son de uno, lo que yo sí pido a riesgo de que me llamen borde es que no quieran darme gato por liebre. Porque, a la larga se lee el  triple un blog original que un refrito chuleteado.

 

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Martin Luther King: Memoria de nuestra generación.

 

Entonces no me dí cuenta de lo que representaba para la paz y para un mundo que, justo en aquellos instantes estaba en plena ebullición de lo que sería mayo del 68, la revolución de las flores, el movimiento hippy. Un mundo en el que Che Guevara, el Comandante, sería para luego y para siempre un referente, un encender de velas al escuchar su nombre, un lugar en el que empezó a surgir de una vez aquel entusiasmo, aquella forma de ser, aquella música, aquella primavera, y estaban Sartre, y Camus, y Joan Baez, y «if i were a carpenter», y Bob Dylan…

Y entonces mataron a Luther King. El defensor de los nuevos humillados y ofendidos de la tierra, el nuevo soñador de un mundo diferente, de un futuro diferente.

A Luther King, que defendía que aquella mujer negra, cansada, pudiera sentarse en el autobús en los asientos reservados «para blancos». Porque entonces, los negros no podían sentarse donde se sentaban los blancos. Y parece mentira tener que recordarlo. Parece mentira hoy decir que los negros eran el objeto del desprecio y la humillación en esa «tierra para todos» que decía – y sigue diciendo- ser América.

Y lo mataron, sí. Porque prometió la Tierra, la Tierra Libre a los desheredados, a los miserables, a los que nadie nunca escuchó- y sigue sin escuchar- salvo para humillarlos.

A través de su muerte supimos que había un lugar donde habitan los sueños y que se llama Utopía.

Y llegó Mayo, y el Che, y  Joan Baez, y Cuba, y las velas, y París, y Sartre, y Camus, y unos años después José Afonso y Grandola Vila Morena.

Entonces, no me dí cuenta, porque yo tenía ocho años, pero fui-fuimos- creciendo con ellos, con su ejemplo, con su entusiasmo, con sus banderas. Y cuando en España nos hablaron del «Desencanto», a fines de los ochenta, nosotros, los de entonces, que ya no éramos los mismos, cantamos if i were a carpenter.

 

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Preabrileña.

 

Día muy tranquilo. Pausadamente consciente de que hoy no haría salvo descansar. Cuando no hay no se puede sacar, dice el dicho, y es cierto.

Salvo subir el nuevo número de Alenarte Revista, descanso. Y mañana haré exactamente lo mismo. Levantarme tarde, desayunar despacio, no cansarme. Eso que ahora se llama «cuidarse» y antes era simplemente vivir tranquilo.

Día de calor en Madrid, y el tiempo haciendo cosas extrañas, bajando y subiendo la temperatura exterior  casi como la mía, que es un sube y baja continuo. Este tiempo en primavera caracterizado por no saber si has de llevar chaqueta o manga corta es lo que se conoce como la alegría de esta estación y lo que a mí me facilita la posibilidad de gripes recurrentes.

Día también de ultimo fin de semana marcera; amanecerá abril y progresivamente veremos tornar la luz apacible, las terrazas, los cafés nocturnos y los paseos después de la cena. Ya veremos qué nos trae. Hoy, al menos trajo calma.

Lo que no es poco.

 

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La vida real.

 

A menudo antes de escribir aquí, me paro, pienso el tema del artículo, dudo un rato. Y es curioso porque hoy, sin saber porqué se me ha ocurrido pensar en qué poca gente de la que lee estas cosas mías, estos escritos, a veces sobre actualidad, otras sobre temas de la vida sencilla y cotidiana, a veces de tono cortante y otras de tono amable y cercano al lector, qué poca gente decía, conoce realmente el cómo, el en qué condiciones me pongo a escribir.

Uno se acerca a esta bitácora quizá porque tecleó en un buscador y mire por donde salí yo, o porque alguien le habló de un artículo curioso, o porque vino de referencia en otro blog, y lee; y puede o no estar de acuerdo, y después…

Después se va y recupera su vida habitual, en la que yo, quizá, solo soy una dirección hachetetepe».»

Pues bueno. Hoy esta dirección «hachetetepe», les informa de que está escribiendo este «post»- vulgar manera inglesizada de denominar a lo que toda la vida de Dios se llamó «artículo»-, con una conjuntivitis de caballo. Es decir, que ustedes, que vienen, me leen, se sonríen o se enfadan, se molestan ( y yo se lo agradezco en el alma) en añadirme (algunos/as) a «favoritos», deben saber que quien escribe esto es una persona real, alguien que existe, con dirección real, y que muchas, muchas más veces de las que aparenta en este blog, escribe así. Con conjuntivitis, con sinusitis, con dolor de cabeza, o simplemente tan cansada que no se acuerda de si le dio a enviar o a delete post…

Y hoy, ya ven, me apetecía compartir esto, solo esto, con esos lectores que ahora mismo, quizá, estaban buscando otra cosa.

 

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Nombres para llamarte (En Memoria)

 

Desciende la lluvia en roturas noviembrales. En umbrales rotos.

Está cosiendo en una máquina Singer. Cada puntada anuda la tarde. Ata el sonido del agua a la luz de la lamparita que la alumbra.

Te llamo desde la voz que fue mía y acudes. Aún acudes.

Todos tus nombres tengo para llamarte.

Roca

        Raíz

               Retama

                           Alba

                                    Ancla

                                               Madreselva

                                                                  Hiedra

Cuando se hizo de noche inventé tus nuevos nombres para tu travesía.

                            Fortaleza

                                          Silencio

                                                     Trigo

                                                            Espera

                                                                       Lirio

Cada mañana reinventa la vida para que yo me la crea.

Cada noche acuesta ternura para que yo permanezca.

Y cose, hilo a hilo la fe que me entrega en mi quien soy yo.

————

( De mi Libro La Casa de Alena )

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Jane Kenyon: «De Otra Manera»

La poesía puede llegar a significar cosas distintas para cada uno y también el tipo de poesía que se lee variar según los intereses del lector o su ánimo, simplemente.

Hay escritores que gozan de eso que se llama el reconocimiento público de buenos poetas- aunque no se lean- y, por así decirlo, se instalan en la nube de los consagrados durante siglos, de modo que es dificilísimo explicar sin ser heterodoxo que a una no le gustan y el porqué.

Y hay poetas que terminan considerándose minoritarios, quizá porque no tuvieron el aplauso generalizado, o porque hablaron de cosas que parecieron «demasiado obvias».

Jane Kenyon murió en 1995, y el año pasado se publicó su antología De otra Manera, por la Editorial Pre- Textos, en España.

De otra Manera no ha tenido campaña de marketing para anunciarlo como una «obra imprescindible», y, posiblemente, dentro de un año sea una rareza bibliográfica, de esas que las librerías devuelven porque «no se vende».

Pero es uno de los más bellos libros de poesía de esta década. Así de claro.

Tiene la sencillez de explicar un mundo que se pierde sin hacer ostentación de palabra, la claridad de rodear de ternura la tarea de vivir, cierta desolación por la ironía fatal del tiempo en transcurso y un lenguaje absolutamente bello; Kenyon usa el idioma inglés mimando cada palabra, respetando cada matiz, acariciando el idioma.

El texto aparece tanto en inglés como en español, y eso facilita el goce de lectura; hay palabras y términos para definir el mundo de Kenyon que parecen temblarnos en las manos. Hay una palpación del gusto por nombrar, del placer de matizar, que es en resumen apresar lo que se marcha, que nos deja no solo el poema, sino su reverbero, su eco, hasta mucho después de leído.

Un extraordinario libro; pasará desapercibido y oculto entre best seller que avasallen las librerías, pero eso no le quitará su valor, su belleza, su poesía.

 

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Perdiendo el tiempo

Estoy con catarro y para los convencidos de que nunca hay que perder el tiempo este sábado mío sería un pecado.

Porque solo he dedicado mi tiempo a perderlo en cosas que me gustan.

Desayunar despacio, salir con el perro, pisar algún charquito de agua de lluvia, comer relajadamente, leer un buen libro, quedarme medio dormida en el sillón de mi cuarto imitando a mi madre que seguía esa buena costumbre todas las tardes, escribir un rato, mirar cómo llovía.

¡Ah!, y comprarme una torrija en el bar de enfrente, que, mire usted por donde se me ha antojado.

Terrible, ¿verdad?; qué poco práctica que soy…

Una chica definitivamente echada a perder…

Siempre me pregunto porqué tiene más cara de felicidad la gente que pierde el tiempo que la gente que lo aprovecha tanto que no tiene tiempo para sí misma.

 

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«El Corazón Helado» de Almudena Grandes

 

Esta es una historia triste que acaba mal, dice el protagonista de esta novela.

Esta es una novela policíaca (por la estructura) sobre la guerra incivil española, que acaba mal porque empieza fatal.

Me explico:

La novela de Almudena Grandes es una buena novela de intriga. Atrapa, interesa, entretiene. Pero no es una buena novela sobre la guerra incivil ni sobre las consecuencias, porque parte de una anécdota a la que se le van añadiendo elementos cada vez más coincidentes, cada vez más casuales y cada vez mas cogidos por los pelos. Y además tiene un inconveniente -al menos para mí como lectora- y es que en muchísimas ocasiones la autora, con el afán de casar nombres, fechas, datos y gentes para la conclusión final, aturulla con los personajes y terminas no sabiendo quién coño es cada quién, ni qué pito toca en la historia, y mira que en la historia se tocan pitos y coños. Y perdón por la sinceridad.

La historia en su anécdota como trama de intriga sirve para una película, eso sí, y hasta para una serie de esas que televisión española promociona ahora tanto, tiene base argumental suficiente para interesar saber qué pasa desde el principio; pero no es una obra de calidad literaria; porque le sobra folletinismo, excede de dramatismo, y adolece de algo que es muy frecuente en las novelas de hoy; superficialidad.

Yo comprendo que soy muy antigua, pero cuando leo una novela y a la tercera cita de los protagonistas empezamos con que es el amor de su vida ( eso sí, me pregunto si la chica no fuera mona, alta y ejecutiva si el protagonista pensaría igual) y con el rollo patatero del » mi vida era ahora un caos», termino pensando que los amores de la vida de los protagonistas de la novela confunden quererse con encoñarse, y siento usar este lenguaje pero no acierto a describirlo más suavemente.

El corazón helado a mi modo de ver es una novela de tantas, una más, con un tema que usa como excusa la guerra incivil, que ahora vende mucho, para intrigar al lector, con un desenlace previsible ( el chico se va con «la buena» y a su mujer que la den morcilla), y con una superficialidad notoria.

 

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La Semana Santa de 1966…

 

Cuando yo era pequeña, allá por el año… vamos a poner 1966, la tele era en blanco y negro y cantaban los Brincos y Karina. A la gente que tiene ahora un blog y veinte años, o menos, ni les sonará, claro; tampoco les sonará la Semana Santa de entonces, aquella Semana en la que no se podía cantar porque habían matado a Jesús, y en las emisoras de radio solo había música religiosa, o clásica. Aquellos días en los que en la tele lo que se veía era «el fervor religioso del Pueblo Español», todo así en mayúsculas; porque entonces se hablaba con mayúsculas y en plural mayestático «Nosotros, los Españoles, un Pueblo de Tradición Cristiana, hemos Consagrado nuestra Historia a Venerar al Santísimo Sacramento, en Defensa de la Civilización de Occidente, como muestra Nuestra Victoriosa Cruzada».

Y se quedaban tan anchos, claro.

Salía el Cristo de Medinaceli, la Virgen de los Desamparados, conectaban desde El Cerro de los Ángeles, donde no olvidaban recordarnos a todos que los Malos españoles en el 36 habían «fusilado a Jesús», salía la Virgen del Pilar, el Apóstol Santiago, que era el Aliado Victorioso de las Tropas Españolas contra el Infiel…

Salía el Invicto Caudillo, bajo palio, entrando en Misa, con la guardia Mora al lado, con «Actitud de Piadosísimo Recogimiento» ( el Caudillo, no la Guardia Mora, digo), y en «loor de multitud», aplausos, fervores, ardores y ausiones. Y se nos decía que Su Excelencia había «pedido a la Virgen de las Angustias su Altísima Protección para los Destinos de España como Nación Católica».

Y siempre Su Excelencia liberaba a un preso, generalmente un pobre hombre, nunca un preso político, claro, eso era demasiado para su augustísima generosidad, un preso que salía de la cárcel con lagrimas en los ojos y delante de las cámaras de la única tele que existía, decía que  «Agradecía Públicamente al Caudillo la Benevolencia y Generosidad de su augustísimo Corazón», y claro, tartamudeaba porque se había aprendido de memoria lo que debía decir, porque eso iba adjunto a que saliera, claro, y si no soltaba la memez, no le soltaban a él.

Y aquella Lucecita que Brillaba por las noches en el Pardo, seguía perenne, mientras pasaban procesiones, no se podía silbar, no se podía correr por la calle, no se podía hacer nada, más que aburrirse, desear que de una puñetera vez resucitara aquel plasta, para poder oír a los Brincos, y que no nos pusieran más en la tele la misma repetida procesión que nos hablaba  de lo buenos que éramos, de lo cristianos que éramos, de lo católicos que éramos, mientras enfocaba a gentes que parecían almas en pena y nos daba la sensación de que ser tan cristiano, tan bueno, tan puro, era  tristísimo y además un verdadero coñazo.

 

 

 

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